Los cuerpos de las víctimas de la masacre de Bojayá regresaron a su territorio tras un largo proceso de identificación e individualización en los laboratorios de Medicina Legal. Entre el 11 y el 18 de noviembre fueron entregados 100 ataúdes. No están todos, pero si los recuerdos que quedan y el desocupado espacio de los desaparecidos. 

La masacre ocurrió el 2 de mayo de 2002, en medio de un enfrentamiento entre las FARC-EP y los paramilitares de las AUC, una pipeta explotó en la iglesia de Bellavista (Bojayá) donde se refugiaba la población.

Hoy, Bojayá es una tierra herida, en la que el horror inundó y seguirá inundando ante el inminente riesgo de una nueva masacre. La muerte no se fue, aún duele. Tanto que hace apenas unos días asesinaron a dos personas. Sigue la incertidumbre

Los cuerpos de las víctimas de la masacre de Bojayá regresaron a su territorio tras un largo proceso de identificación e individualización en los laboratorios de Medicina Legal. Entre el 11 y el 18 de noviembre fueron entregados 100 ataúdes. No están todos, pero si los recuerdos que quedan y el desocupado espacio de los desaparecidos. 

La masacre ocurrió el 2 de mayo de 2002, en medio de un enfrentamiento entre las FARC-EP y los paramilitares de las AUC, una pipeta explotó en la iglesia de Bellavista (Bojayá) donde se refugiaba la población.

Hoy, Bojayá es una tierra herida, en la que el horror inundó y seguirá inundando ante el inminente riesgo de una nueva masacre. La muerte no se fue, aún duele. Tanto que hace apenas unos días asesinaron en el río Bojayá a dos personas. Sigue la incertidumbre.

Es horrible. Se ha dicho una vez tras otra. Esto es horrible. No hay duda. Podríamos decirlo sin parar. Esta es la tierra del dolor de unos y de la avaricia de otros. Unas, las víctimas, otros, los que se disputan sus territorios. Un país donde a menudo el silencio revienta. Del nunca decir. Del nunca escuchar. 

¿Cuántas veces lo habrán dicho en estos 17 años? ¿Qué son 17 años? Una cifra. Ojalá fuera eso, sólo una cifra. Pero el 2 de mayo de 2002 ocurrió, fue ese instante en el que la masacre dentro de una iglesia se escuchó más allá de la tierra de Bojayá, más allá del dolor de pueblos que venían sufriendo la violencia desde 1984 cuando las FARC-EP llegó a sus territorios y se encrudeció cuando los paramilitares, en diciembre de 1996, llegaron para quedarse. 

Ahora, 17 años después, el horror sigue. Los actores armados están presentes y aunque “hoy las FARC-EP han salido del territorio, ante la falta de implementación [de los Acuerdos de Paz], el ELN ha copado estos espacios, se ha fortalecido militarmente y ha incrementado sus agresiones a la población civil“. Además, estos grupos armados hacen “presencia en los centros poblados… especialmente los paramilitares quienes exhiben su poderío militar en armas y hombres, siendo evidente que su abastecimiento lo hacen abiertamente por el río Atrato en embarcaciones tipo botes y pangas, en algunos casos centenares de combatientes. Todo esto bajo la mirada impávida del control de la Fuerza Pública, en el Bajo y Medio Atrato”. Por eso, es tan dañino. Por eso, lo denunciaron las organizaciones sociales en la Carta abierta al Presidente Iván Duque, que fue leída en Bellavista este 17 de noviembre. Por eso, se preguntan, “¿por dónde están entrando los paramilitares al río Bojayá si hay puntos de control de la Fuerza Pública en todas las entradas?

Es horrible. Se ha dicho una vez tras otra. Esto es horrible. No hay duda. Podríamos decirlo sin parar. Esta es la tierra del dolor de unos y de la avaricia de otros. Unas, las víctimas, otros, los que se disputan sus territorios. Un país donde a menudo el silencio revienta. Del nunca decir. Del nunca escuchar. 

¿Cuántas veces lo habrán dicho en estos 17 años? ¿Qué son 17 años? Una cifra. Ojalá fuera eso, sólo una cifra. Pero el 2 de mayo de 2002 ocurrió, fue ese instante en el que la masacre dentro de una iglesia se escuchó más allá de la tierra de Bojayá, más allá del dolor de pueblos que venían sufriendo la violencia desde 1984 cuando las FARC-EP llegó a sus territorios y se encrudeció cuando los paramilitares, en diciembre de 1996, llegaron para quedarse. 

Ahora, 17 años después, el horror sigue. Los actores armados están presentes y aunque “hoy las FARC-EP han salido del territorio, ante la falta de implementación [de los Acuerdos de Paz], el ELN ha copado estos espacios, se ha fortalecido militarmente y ha incrementado sus agresiones a la población civil”. Además, estos grupos armados hacen “presencia en los centros poblados… especialmente los paramilitares quienes exhiben su poderío militar en armas y hombres, siendo evidente que su abastecimiento lo hacen abiertamente por el río Atrato en embarcaciones tipo botes y pangas, en algunos casos centenares de combatientes. Todo esto bajo la mirada impávida del control de la Fuerza Pública, en el Bajo y Medio Atrato”. Por eso, es tan dañino. Por eso, lo denunciaron las organizaciones sociales en la Carta abierta al Presidente Iván Duque, que fue leída en Bellavista este 17 de noviembre. Por eso, se preguntan, “¿por dónde están entrando los paramilitares al río Bojayá si hay puntos de control de la Fuerza Pública en todas las entradas?”

Avisaron y así volvió a ocurrir. El 20 de noviembre sin ni siquiera respetar el novenario a los muertos de la masacre de Bojayá, asesinaron en Bellavista a dos personas. Sus cuerpos aparecieron en el río Bojayá. Dicen que fueron los paramilitares. ¿Civiles? ¿informantes? Y que importa, a caso el asesinato se convirtió en legítimo cuando te acusan de pertenecer a un grupo armado, seas o no seas. Demasiada violencia. Demasiado dolor. ¿Dónde está el límite?

En esta región la barbarie es continúa, lo que sucede es que sólo unos muertos tienen su cuota en los medios de comunicación y se hacen públicos, mientras que otros se mantienen en la intimidad del dolor de las casas, o peor aún, en una fosa o en el mismo río, el cual hace años que es otra fosa más.  

Y en este transcurrir de la violencia y del tiempo, fue el 11 de noviembre del 2019, cuando 100 ataúdes llegaron custodiados desde Medellín hasta el aeropuerto de Vigía del Fuerte (Antioquia), para ser entregados a la comunidad y a las familias de aquellos que perdieron sus vidas por aquel 2 de mayo de 2002. 

100 y no 98, 99, 72 o 80 como los medios de comunicación han estado contando en estos días. De nuevo no es sólo una cifra. Es el dolor con nombres y apellidos. Es el horror de quienes se vieron obligados, hace dos años, a desenterrar a sus muertos para volverlos a enterrar tras su posible individualización e identificación. Es el horror de quienes siguen buscando.

100 ataúdes, de los cuales 78 contienen los restos óseos de 78 víctimas identificadas, 72 de ellas con su perfil genético y 6 en “identidad previa”; 8 están vacíos pero tienen nombre, representan 8 víctimas que aún están desparecidas; 9 son de los bebés en gestación, y de uno que se dice que nació en la iglesia, todos ellos, también murieron; 1 ataúd más contiene el cuerpo de un niño entre 4 y 8 años que no ha podido ser identificado ya que hasta la fecha nadie lo ha reclamado; y 2 más, son las 2 entregas simbólicas que se realizarán, la de Moisés Osorno Palacios y la de María Rosa Mosquera. En total suman 98, quedan dos cofres que contienen los restos óseos que no han podido ser identificados por el momento para ninguna de las víctimas, es la fosa 75. 

100 ataúdes a los que hay que sumar una cifra que nadie se ha atrevido a pronunciar. Que nadie se atreve a reconocer. ¿Cuántos son los muertos en Bojayá desde la década de los ochenta?  

Avisaron y así volvió a ocurrir. El 20 de noviembre sin ni siquiera respetar el novenario a los muertos de la masacre de Bojayá, asesinaron en Bellavista a dos personas. Sus cuerpos aparecieron en el río Bojayá. Dicen que fueron los paramilitares. ¿Civiles? ¿informantes? Y que importa, a caso el asesinato se convirtió en legítimo cuando te acusan de pertenecer a un grupo armado, seas o no seas. Demasiada violencia. Demasiado dolor. ¿Dónde está el límite?

En esta región la barbarie es continúa, lo que sucede es que sólo unos muertos tienen su cuota en los medios de comunicación y se hacen públicos, mientras que otros se mantienen en la intimidad del dolor de las casas, o peor aún, en una fosa o en el mismo río, el cual hace años que es otra fosa más.  

Y en este transcurrir de la violencia y del tiempo, fue el 11 de noviembre del 2019, cuando 100 ataúdes llegaron custodiados desde Medellín hasta el aeropuerto de Vigía del Fuerte (Antioquia), para ser entregados a la comunidad y a las familias de aquellos que perdieron sus vidas por aquel 2 de mayo de 2002. 

100 y no 98, 99, 72 o 80 como los medios de comunicación han estado contando en estos días. De nuevo no es sólo una cifra. Es el dolor con nombres y apellidos. Es el horror de quienes se vieron obligados, hace dos años, a desenterrar a sus muertos para volverlos a enterrar tras su posible individualización e identificación. Es el horror de quienes siguen buscando.

100 ataúdes, de los cuales 78 contienen los restos óseos de 78 víctimas identificadas, 72 de ellas con su perfil genético y 6 en “identidad previa”; 8 están vacíos pero tienen nombre, representan 8 víctimas que aún están desparecidas; 9 son de los bebés en gestación y de quien se dice que nació en la iglesia, todos ellos, también murieron; 1 ataúd más contiene el cuerpo de un niño entre 4 y 8 años que no ha podido ser identificado ya que hasta la fecha nadie lo ha reclamado; y 2 más, son las 2 entregas simbólicas que se realizarán, la de Moisés Osorno Palacios y la de María Rosa Mosquera. En total suman 98, quedan dos cofres que contienen los restos óseos que no han podido ser identificados por el momento para ninguna de las víctimas, es la fosa 75. 

100 ataúdes a los que hay que sumar una cifra que nadie se ha atrevido a pronunciar. Que nadie se atreve a reconocer. ¿Cuántos son los muertos en Bojayá desde la década de los ochenta? 

17 años es tiempo para quienes los viven en el calendario. Con sus días y noches. Lluvias y sequías. Tiempo para que el dolor envejezca permanentemente. Ese mismo día dicen quienes estuvieron allí, que Mignelia, esa mujer a la que aludirán como la loca, tras la explosión de la pipeta que lanzó las FARC-EP en medio del combate con los paramilitares, comenzó a auxiliar a los heridos dándoles agua con sal y a organizar como pudo los cuerpos, el de uno con el de otro, el de otro con el de uno, no importaba quién mientras pudiera darles forma humana. Hora oficial de la muerte 10:20 de la mañana. El horror. 

Durante el día, las balas y pipetas sonaban, y en la noche eran los truenos. 

Al día siguiente, el 3 de mayo, Domingo Chalá junto a otros compañeros volvieron a cruzar a Bellavista desde Vigía del Fuerte, donde habían llegado para protegerse. Cruzaron para enterrar a sus vecinos y familiares, como pudieron fueron recogiendo sus cuerpos en bolsas pero los enfrentamientos les obligaron a dejarlos a orillas del río para volver a buscarlos el 6 de mayo y así terminar de recogerlos. Sin ceremonias de despedidas, novenarias, ni duelos, los fueron sepultando en una fosa, en las cercanías del río Bojayá, el único lugar no inundado, donde el fuego cruzado les permitió. 

Allí permanecieron hasta que pasados los días, el 9 de mayo, el equipo del CTI de la Fiscalía llegó para intentar proceder a su exhumación y realizar las posibles investigaciones de balística, topografía y demás cuestiones. Los cuerpos fueron reinhumados en el cementerio de Bellavista Nuevo en múltiples fosas, cada una marcada con una cruz. Donde al tiempo, y tras muchas promesas incumplidas, sería reubicada la población con la entrega oficial del nuevo pueblo el 13 de octubre del 2007. 

La identificación de urgencia de los cuerpos realizada en aquellos primeros días por amigos y familiares, se iría complementando con las primeras necropsias y pruebas de ADN a partir de las siguientes exhumaciones que desde el 2002 hasta el 2004 procedería a realizar la Fiscalía. Si bien, todo se fue tomando su tiempo, y catorce meses después de la masacre, la ONU denunció en su informe de seguimiento que apenas se habían identificado 9 víctimas.

17 años es tiempo para quienes los viven en el calendario. Con sus días y noches. Lluvias y sequías. Tiempo para que el dolor envejezca permanentemente. Ese mismo día dicen quienes estuvieron allí, que Mignelia, esa mujer a la que aludirán como la loca, tras la explosión de la pipeta que lanzó las FARC-EP en medio del combate con los paramilitares, comenzó a auxiliar a los heridos dándoles agua con sal y a organizar como pudo los cuerpos, el de uno con el de otro, el de otro con el de uno, no importaba quién mientras pudiera darles forma humana. Hora oficial de la muerte 10:20 de la mañana. El horror. 

Durante el día, las balas y pipetas sonaban, y en la noche eran los truenos. 

Al día siguiente, el 3 de mayo, Domingo Chalá junto a otros compañeros volvieron a cruzar a Bellavista desde Vigía del Fuerte, donde habían llegado para protegerse. Cruzaron para enterrar a sus vecinos y familiares, como pudieron fueron recogiendo sus cuerpos en bolsas pero los enfrentamientos les obligaron a dejarlos a orillas del río para volver a buscarlos el 6 de mayo y así terminar de recogerlos. Sin ceremonias de despedidas, novenarias, ni duelos, los fueron sepultando en una fosa, en las cercanías del río Bojayá, el único lugar no inundado, donde el fuego cruzado les permitió. 

Allí permanecieron hasta que pasados los días, el 9 de mayo, el equipo del CTI de la Fiscalía llegó para intentar proceder a su exhumación y realizar las posibles investigaciones de balística, topografía y demás cuestiones. Los cuerpos fueron reinhumados en el cementerio de Bellavista Nuevo en múltiples fosas, cada una marcada con una cruz. Donde al tiempo, y tras muchas promesas incumplidas, sería reubicada la población con la entrega oficial del nuevo pueblo el 13 de octubre del 2007. 

La identificación de urgencia de los cuerpos realizada en aquellos primeros días por amigos y familiares, se iría complementando con las primeras necropsias y pruebas de ADN a partir de las siguientes exhumaciones que desde el 2002 hasta el 2004 procedería a realizar la Fiscalía. Si bien, todo se fue tomando su tiempo, y catorce meses después de la masacre, la ONU denunció en su informe de seguimiento que apenas se habían identificado 9 víctimas.

Alguien dijo, que alguien le parece, que alguien oyó, que alguien vio. ¿Qué fue lo qué pasó? Comenzaron las dudas. Resolver a partir de pedazos, trocitos, hueso por hueso, ¿qué le pasó exactamente a cada uno de los que murieron?, ¿quién es quién?, ¿qué edad tenía?, ¿de qué murió? Investigar con empeño. Que nadie flaquee, que nadie se rinda.

Pero esos cuerpos, en aquel entonces, no fueron bien identificados, no fueron bien estudiados, ni individualizados, ni siquiera tuvieron un digno entierro.

Lo que quedó evidenciado en el informe que rindió la Fiscalía en noviembre del 2016 a la comunidad y que no fue satisfactorio para muchos familiares que siguieron con dudas ante las incongruencias de a quién pertenecía cada cuerpo o dónde estaban – como el caso de Yorleisi Rivas quien apareció en los laboratorios del Instituto Nacional de Medicina Legal en Bogotá -, o ante la falta de referencias, por ejemplo, a los fetos de ocho mujeres en embarazo, nueve bebés no nacidos, pues una de ellas esperaba gemelos.

Dicen que la armonía es ese orden de la vida que vincula a cada quien a su tierra. ​

Entonces, ¿qué sucede cuando no es tu tierra donde yace tu cuerpo?, ¿qué sucede cuándo no hay tumba donde llorar?, ¿qué sucede cuándo tu cuerpo se mezcló con el de otro, y otro, y otro? 

Quien siempre ejerció como sepulturero, Domingo Chala, cuenta como desde los años 90, a orillas del río Atrato y otros ríos, los cuerpos flotaban, se aparecían y nadie podía tocarlos sino querían correr la misma suerte que el muerto. De esta barbarie no hay cifras, sólo el recuerdo del horror y su dolor. De cuando los paramilitares a quién montaban en la embarcación “rumbo al cielo” lo desaparecían y jamás se le volvía a ver 

Alguien dijo, que alguien le parece, que alguien oyó, que alguien vio. ¿Qué fue lo qué pasó? Comenzaron las dudas. Resolver a partir de pedazos, trocitos, hueso por hueso, ¿qué le pasó exactamente a cada uno de los que murieron?, ¿quién es quién?, ¿qué edad tenía?, ¿de qué murió? Investigar con empeño. Que nadie flaquee, que nadie se rinda. 

Pero esos cuerpos, en aquel entonces, no fueron bien identificados, no fueron bien estudiados, ni individualizados, ni siquiera tuvieron un digno entierro. 

Lo que quedó evidenciado en el informe que rindió la Fiscalía en noviembre del 2016 a la comunidad y que no fue satisfactorio para muchos familiares que siguieron con dudas ante las incongruencias de a quién pertenecía cada cuerpo o dónde estaban – como el caso de Yorleisi Rivas quien apareció en los laboratorios del Instituto Nacional de Medicina Legal en Bogotá -, o ante la falta de referencias, por ejemplo, a los fetos de ocho mujeres en embarazo, nueve bebés no nacidos, pues una de ellas esperaba gemelos. 

Dicen que la armonía es ese orden de la vida que vincula a cada quien a su tierra.

Entonces, ¿qué sucede cuando no es tu tierra donde yace tu cuerpo?, ¿qué sucede cuándo no hay tumba donde llorar?, ¿qué sucede cuándo tu cuerpo se mezcló con el de otro, y otro, y otro? 

Quien siempre ejerció como sepulturero, Domingo Chala, cuenta como desde los años 90, a orillas del río Atrato y otros ríos, los cuerpos flotaban, se aparecían y nadie podía tocarlos sino querían correr la misma suerte que el muerto. De esta barbarie no hay cifras, sólo el recuerdo del horror y su dolor. De cuando los paramilitares a quién montaban en la embarcación “rumbo al cielo” lo desaparecían y jamás se le volvía a ver.

Con el pasar del tiempo, algunos de esos cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Bellavista por Domingo, como el de la guerrillera, a quien llamaban Suli, que se encontró enredada en un trasmallo y que aún espera su desentierro para ser identificada y entregada también a su familia. 

Es horrible el horror. La desarmonía de la muerte que evidencia la barbarie.

Pero esto no es sólo aquí. Esto viene de años y años. De no cuidar a los muertos. De no cumplir protocolos de entierro para cuerpos no identificados. De no importarnos que será de ellos. De sus familias. De no priorizar las investigaciones, ni las identificaciones. De la impunidad que deja el horror, si no hay cadáver no hay muerto, no hay víctima y por tanto no hay victimario, ni delito. De la desidia y también del abandono. Y de la complejidad de la violencia y sus capas.

Por eso, fue que la comunidad de Bojayá, en voz del Comité de Víctimas, continuó exigiendo saber y reclamando que sus familiares fueran de nuevo exhumados para ser individualizados con la mayor precisión que la identificación permitiese. De hecho, fue gracias a su constancia y trabajo, que se fueron dando los pasos para que todo fuese posible.

Y lo fue, cuando el comunicado 062 de los llamados Acuerdos de Paz de La Habana, habilitó el camino que permitió que el equipo del CTI de la Fiscalía volviese a Bojayá para continuar con el trabajo iniciado. Y así fue cuando en el 2017 el mismo topógrafo que participó en las diligencias del 2002 fue marcando los cuatro puntos de cada una de las fosas para comenzar a desenterrar.

Concretamente, en secuencia medida y en fecha, el 2 de mayo del 2017 llegó el equipo del CTI al cementerio de Riosucio, porque no todos los muertos fueron enterrados en el mismo cementerio y porque algunos murieron de camino al Hospital, o los días de antes y de después.

¿Cómo marcar el límite de quién está dentro y quién está fuera de esta masacre? De nuevo, no es sólo una cifra, se trata de contar quiénes son los muertos.

Con el pasar del tiempo, algunos de esos cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Bellavista por Domingo, como el de la guerrillera, a quien llamaban Suli, que se encontró enredada en un trasmallo y que aún espera su desentierro para ser identificada y entregada también a su familia. 

Es horrible el horror. La desarmonía de la muerte que evidencia la barbarie.

 

Pero esto no es sólo aquí. Esto viene de años y años. De no cuidar a los muertos. De no cumplir protocolos de entierro para cuerpos no identificados. De no importarnos que será de ellos. De sus familias. De no priorizar las investigaciones, ni las identificaciones. De la impunidad que deja el horror, si no hay cadáver no hay muerto, no hay víctima y por tanto no hay victimario, ni delito. De la desidia y también del abandono. Y de la complejidad de la violencia y sus capas.

Por eso, fue que la comunidad de Bojayá, en voz del Comité de Víctimas, continuó exigiendo saber y reclamando que sus familiares fueran de nuevo exhumados para ser individualizados con la mayor precisión que la identificación permitiese. De hecho, fue gracias a su constancia y trabajo, que se fueron dando los pasos para que todo fuese posible.   

Y lo fue, cuando el comunicado 062 de los llamados Acuerdos de Paz de La Habana, habilitó el camino que permitió que el equipo del CTI de la Fiscalía volviese a Bojayá para continuar con el trabajo iniciado. Y así fue cuando en el 2017 el mismo topógrafo que participó en las diligencias del 2002 fue marcando los cuatro puntos de cada una de las fosas para comenzar a desenterrar. 

Concretamente, en secuencia medida y en fecha, el 2 de mayo del 2017 llegó el equipo del CTI al cementerio de Riosucio, porque no todos los muertos fueron enterrados en el mismo cementerio y porque algunos murieron de camino al Hospital, o los días de antes y de después. 

¿Cómo marcar el límite de quién está dentro y quién está fuera de esta masacre? De nuevo, no es sólo una cifra, se trata de contar quiénes son los muertos.

De hecho, en estos días de noviembre del 2019, líderes indígenas de Bojayá advirtieron como el ELN está minando sus territorios para frenar el avance de las AGC. Preocupación en Domingodó y Jiguamiando (Carmén del Darien) y también en esta zona de Riosucio, Truandó y Cacarica.

Finalmente el 4 y 5 de mayo del 2017 con el acompañamiento de las y los sabedores se procedió a la exhumación en Riosucio. El 9 se exhumó en el cementerio de Vigía del Fuerte. El 10 se comenzó a exhumar en Bellavista, la primera fue la fosa número 75. Fueron largos días hasta el 24. Varios cuerpos fueron ya trasladados a Medellín. El 24 de mayo llegaron a Loma Rica y ese mismo día también se comenzó con el ritual de armonización en Bellavista Viejo, donde la pipeta explotó. El 26 fue la prospección, el 28 se exhumó la fosa número 1 en el sector el Tanque y al día siguiente, la 2. 

Y así fue como los muertos abandonaron su tierra para llegar a los laboratorios de Medicina Legal, quien procedió a su identificación durante dos largos años. Hasta que llegó el día esperado, y con el mausoleo aún por terminar, dos helicópteros, Mil Mi-17 de fabricación rusa pertenecientes a las Naciones Unidas, aterrizaron este pasado 11 de noviembre en horas de la mañana, en la pista del aeropuerto de Vigía del Fuerte. Traían custodiados, por la Fiscalía y la DIJIN, 100 ataúdes de ese tamaño en el que ningún cuerpo recién muerto cabría pero sí nuestros huesos apilados, juntos, uno al lado del otro. En color blanco los ataúdes con los bebés, niños y niñas; y en marrón los jóvenes y adultos.

De hecho, en estos días de noviembre del 2019, líderes indígenas de Bojayá advirtieron como el ELN está minando sus territorios para frenar el avance de las AGC. Preocupación en Domingodó y Jiguamiando (Carmén del Darien) y también en esta zona de Riosucio, Truandó y Cacarica.

Finalmente el 4 y 5 de mayo del 2017 con el acompañamiento de las y los sabedores se procedió a la exhumación en Riosucio. El 9 se exhumó en el cementerio de Vigía del Fuerte. El 10 se comenzó a exhumar en Bellavista, la primera fue la fosa número 75. Fueron largos días hasta el 24. Varios cuerpos fueron ya trasladados a Medellín. El 24 de mayo llegaron a Loma Rica y ese mismo día también se comenzó con el ritual de armonización en Bellavista Viejo, donde la pipeta explotó. El 26 fue la prospección, el 28 se exhumó la fosa número 1 en el sector el Tanque y al día siguiente, la 2.

Y así fue como los muertos abandonaron su tierra para llegar a los laboratorios de Medicina Legal, quien procedió a su identificación durante dos largos años. Hasta que llegó el día esperado, y con el mausoleo aún por terminar, dos helicópteros, Mil Mi-17 de fabricación rusa pertenecientes a las Naciones Unidas, aterrizaron este pasado 11 de noviembre en horas de la mañana, en la pista del aeropuerto de Vigía del Fuerte. Traían custodiados, por la Fiscalía y la DIJIN, 100 ataúdes de ese tamaño en el que ningún cuerpo recién muerto cabría pero sí nuestros huesos apilados, juntos, uno al lado del otro. En color blanco los ataúdes con los bebés, niños y niñas; y en marrón los jóvenes y adultos.

Una de esas grandes barcas que sirven para transportar plátanos y mercancías, navegó con las alabadoras desde Bellavista al aeropuerto para recogerlos. Uno a uno fueron subiéndolos. La Guardia Negra y miembros del Comité de Víctimas fueron los encargados. Entre las muchas negociaciones con la Fiscalía, una de las peticiones de la comunidad fue que la Guardia Negra asumiera la función de proteger los ataúdes evitando más presencia del Ejército de lo habitual. Nadie quería aceptar que sus muertos quedaran a merced de quienes tuvieron responsabilidad en su asesinato. Nadie quería ver esa imagen. Sentirla. Nadie quería más daño que hiriera a los vivos. 

Las barcas con los familiares, adornadas con flores blancas, también comenzaron a navegar. La primera parada, tras el reencuentro en el río Atrato con sus muertos, fue Vigía del Fuerte. Sin bajar, apenas un saludo desde el puerto, es la gratitud a un pueblo que aquellos días de mayo del 2002 los acogieron, cuando como pudieron, en cualquier embarcación, cruzaron para salvar sus vidas. 

El río Atrato, en este tiempo está crecido, lo que recuerda a ese 30 de abril de 2002 cuando los últimos paramilitares cruzaron de Vigía del Fuerte hacia Bellavista aprovechando la crecida del río. Hoy, 11 de noviembre, 17 años después, ese recorrido se repite. La siguiente parada es Bellavista Viejo. 

Allí, uno a uno de los ataúdes descienden de la barca y son entregados a sus familias. El reencuentro se hizo tacto y reposaron sobre sus manos. En fila los fueron llevando hasta el interior de la iglesia. Coincidiendo en el dolor fueron caminando, dejando a su lado izquierdo y derecho las ruinas del pueblo viejo donde la naturaleza es la única que rebosa de vida.

Una de esas grandes barcas que sirven para transportar plátanos y mercancías, navegó con las alabadoras desde Bellavista al aeropuerto para recogerlos. Uno a uno fueron subiéndolos. La Guardia Negra y miembros del Comité de Víctimas fueron los encargados. Entre las muchas negociaciones con la Fiscalía, una de las peticiones de la comunidad fue que la Guardia Negra asumiera la función de proteger los ataúdes evitando más presencia del Ejército de lo habitual. Nadie quería aceptar que sus muertos quedaran a merced de quienes tuvieron responsabilidad en su asesinato. Nadie quería ver esa imagen. Sentirla. Nadie quería más daño que hiriera a los vivos.

Las barcas con los familiares, adornadas con flores blancas, también comenzaron a navegar. La primera parada, tras el reencuentro en el río Atrato con sus muertos, fue Vigía del Fuerte. Sin bajar, apenas un saludo desde el puerto, es la gratitud a un pueblo que aquellos días de mayo del 2002 los acogieron, cuando como pudieron, en cualquier embarcación, cruzaron para salvar sus vidas.

El río Atrato, en este tiempo está crecido, lo que recuerda a ese 30 de abril de 2002 cuando los últimos paramilitares cruzaron de Vigía del Fuerte hacia Bellavista aprovechando la crecida del río. Hoy, 11 de noviembre, 17 años después, ese recorrido se repite. La siguiente parada es Bellavista Viejo.

Allí, uno a uno de los ataúdes descienden de la barca y son entregados a sus familias. El reencuentro se hizo tacto y reposaron sobre sus manos. En fila los fueron llevando hasta el interior de la iglesia. Coincidiendo en el dolor fueron caminando, dejando a su lado izquierdo y derecho las ruinas del pueblo viejo donde la naturaleza es la única que rebosa de vida.

Y son estas ruinas las que nos traen la sensación de que el tiempo transcurre entre el pasado al que pertenecen los recuerdos, el presente doloroso de quienes los viven y el futuro que siempre será incierto, porque las cuentas con el pasado no están saldadas.

Y son estas ruinas las que nos traen la sensación de que el tiempo transcurre entre el pasado al que pertenecen los recuerdos, el presente doloroso de quienes los viven y el futuro que siempre será incierto, porque las cuentas con el pasado no están saldadas.

Por último, el recorrido para 77 de los 100 ataúdes será hasta Bellavista Nuevo, allí descansarán en el Auditorio hasta su entierro, todos juntos, en el mausoleo el 18 de noviembre. Mientras, para los otros 23 el viaje continúa esa misma tarde por río Bojayá hasta Pogue, allí serán velados en su tierra durante una noche. 

Porque velar es estar allí, es acompañar, es compartir el dolor. Es detenerse a observar, a cantarles. Es la oportunidad de tener esa despedida que la barbarie les arrebató.

Por último, el recorrido para 77 de los 100 ataúdes será hasta Bellavista Nuevo, allí descansaran en el Auditorio hasta su entierro, todos juntos, en el mausoleo el 18 de noviembre. Mientras, para los otros 23 el viaje continúa esa misma tarde por río Bojayá hasta Pogue, allí serán velados en su tierra durante una noche. 

 

Porque velar es estar allí, es acompañar, es compartir el dolor. Es detenerse a observar, a cantarles. Es la oportunidad de tener esa despedida que la barbarie les arrebató.

Alabar es acompañarlos en el paso del alma al mundo de los ancestros, para no condenarlos a deambular entre los vivos. Alabar es dolerse públicamente por el dolor del otro, por el dolor compartido. Por ello, los y las alabadoras cantaron desde que estos cuerpos regresaron a Bojayá, y así transcurrió el viaje hasta Pogue, fueron más de tres horas. Llovió. Salió el sol. Y siguió lloviendo. Y ellas siguieron cantando.

El alabao es un canto a voz, ancestral y colectivo. Una empieza y las otras le responden en contestación a su canto, repitiendo las últimas dos estrofas por lo general, y así se entona el coro.

Dicen que Pogue es la cuna del alabao, una tradición que continúa gracias al semillero, ellas, las niñas y los niños, fueron los que entonaron el primer alabao de la noche cuando los cuerpos reposaron en el altar que la comunidad pogueña había construido para la ocasión, respetando con el cariño que todo muerto merece, su ansiada despedida.

Amanecer cantando. Velándolos. La comunidad preparó comida para todos. Juegos de dominó y cartas. Conversaciones. Tinto a base de maíz. Dolor y mucha tristeza. Lágrimas por la muerte. Por el horror. No importa que hayan pasado 17 años, el dolor está. Y ese dolor y miedo sigue presente porque la violencia de los grupos armados no ha cesado en el territorio. Por eso es que las comunidades Emberas de los alrededores están confinadas, se han tenido que desplazar y continuamente son amenazadas. Por lo que muchas familias tampoco pueden ir a sus fincas a trabajar. 

Alabar es acompañarlos en el paso del alma al mundo de los ancestros, para no condenarlos a deambular entre los vivos. Alabar es dolerse públicamente por el dolor del otro, por el dolor compartido. Por ello, los y las alabadoras cantaron desde que estos cuerpos regresaron a Bojayá, y así transcurrió el viaje hasta Pogue, fueron más de tres horas. Llovió. Salió el sol. Y siguió lloviendo. Y ellas siguieron cantando.

El alabao es un canto a voz, ancestral y colectivo. Una empieza y las otras le responden en contestación a su canto, repitiendo las últimas dos estrofas por lo general, y así se entona el coro.

Dicen que Pogue es la cuna del alabao, una tradición que continúa gracias al semillero, ellas, las niñas y los niños, fueron los que entonaron el primer alabao de la noche cuando los cuerpos reposaron en el altar que la comunidad pogueña había construido para la ocasión, respetando con el cariño que todo muerto merece, su ansiada despedida.

Amanecer cantando. Velándolos. La comunidad preparó comida para todos. Juegos de dominó y cartas. Conversaciones. Tinto a base de maíz. Dolor y mucha tristeza. Lágrimas por la muerte. Por el horror. No importa que hayan pasado 17 años, el dolor está. Y ese dolor y miedo sigue presente porque la violencia de los grupos armados no ha cesado en el territorio. Por eso es que las comunidades Emberas de los alrededores están confinadas, se han tenido que desplazar y continuamente son amenazadas. Por lo que muchas familias tampoco pueden ir a sus fincas a trabajar.

Actualmente, el Ejército de Liberación Nacional, ELN, y los grupos paramilitares de las AGC, son los que ejercen el control territorial en las cuencas de los ríos Opogadó, Napipi y Bojayá. Nadie lo desconoce. Tampoco la Fiscalía. Por ello sólo un equipo del CTI de 5 personas asumió los riesgos para no romper la cadena de custodia de los cuerpos, y aunque el Ejército no hace presencia en Pogue, decidieron acompañar los 23 ataúdes y la velación tuvo lugar. Ninguna otra institución acompañó.

La experiencia nos ensaña que es sólo desde el cuerpo que conocemos el mundo y lo habitamos.

Por eso al amanecer, cuando la lluvia lo permitió, los cuerpos de los muertos volvieron a habitar su pueblo, a recorrer sus calles decoradas con lazos negros de luto y esos rincones de recuerdos en los que palabras improvisadas desde el corazón de amigos y familiares se escucharon junto a los alabaos.

Tras el recorrido por las calles de Pogue, los ataúdes volvieron a la barca para regresar a Bellavista Nuevo. Los familiares en otras embarcaciones acompañaron todo el recorrido. Y así, como si fuese una romería, durante la navegación se fue parando en cada caserío para seguir despidiendo en su tierra a sus muertos.

Actualmente, el Ejército de Liberación Nacional, ELN, y los grupos paramilitares de las AGC, son los que ejercen el control territorial en las cuencas de los ríos Opogadó, Napipi y Bojayá. Nadie lo desconoce. Tampoco la Fiscalía. Por ello sólo un equipo del CTI de 5 personas asumió los riesgos para no romper la cadena de custodia de los cuerpos, y aunque el Ejército no hace presencia en Pogue, decidieron acompañar los 23 ataúdes y la velación tuvo lugar. Ninguna otra institución acompañó.

La experiencia nos ensaña que es sólo desde el cuerpo que conocemos el mundo y lo habitamos.

Por eso al amanecer, cuando la lluvia lo permitió, los cuerpos de los muertos volvieron a habitar su pueblo, a recorrer sus calles decoradas con lazos negros de luto y esos rincones de recuerdos en los que palabras improvisadas desde el corazón de amigos y familiares se escucharon junto a los alabaos.

Tras el recorrido por las calles de Pogue, los ataúdes volvieron a la barca para regresar a Bellavista Nuevo. Los familiares en otras embarcaciones acompañaron todo el recorrido. Y así, como si fuese una romería, durante la navegación se fue parando en cada caserío para seguir despidiendo en su tierra a sus muertos.

BOJAYÁ Recorridos por la tierra herida 23

 

La primera parada fue en Piedra Candela, donde el cuerpo de Javier Antonio Sánchez López se reencontró con el lugar donde creció. Sus hermanos le oficiaron un sentido homenaje en la iglesia y en su casa. El caserío con banderas blancas esperaba su llegada. Rompieron el silencio para entre todos, condolerse ante tanto dolor. 

En las siguientes paradas, ningún ataúd descendió, pero las embarcaciones se orillaban a los puertos para saludar, para reencontrarse, para despedirse y así fue en La Loma, en Caimanero y en Corazón de Jesús. Entrada la tarde sólo quedaba una última parada antes de llegar a Bellavista Nuevo, era la fosa. Ese lugar en el que Domingo, junto a otros compañeros, los enterró por primera vez en el año 2002. 

La primera parada fue en Piedra Candela, donde el cuerpo de Javier Antonio Sánchez López se reencontró con el lugar donde creció. Sus hermanos le oficiaron un sentido homenaje en la iglesia y en su casa. El caserío con banderas blancas esperaba su llegada. Rompieron el silencio para entre todos, condolerse ante tanto dolor.

En las siguientes paradas, ningún ataúd descendió, pero las embarcaciones se orillaban a los puertos para saludar, para reencontrarse, para despedirse y así fue en La Loma, en Caimanero y en Corazón de Jesús. Entrada la tarde sólo quedaba una última parada antes de llegar a Bellavista Nuevo, era la fosa. Ese lugar en el que Domingo, junto a otros compañeros, los enterró por primera vez en el año 2002.

Antes de proceder al entierro de los 100 ataúdes en Bellavista Nuevo, fue requerimiento cumplir con el protocolo de entrega, y durante cinco días, los equipos de la Fiscalía y Medicina Legal dieron las explicaciones científico técnicas a cada uno de los familiares, acompañados por el personal de la Unidad de Víctimas. Y especialmente, por los y las sabedoras, quienes acompañaron y guiaron espiritualmente el proceso. 

¿Cómo entender que un cuerpo puede terminar siendo sólo unos pocos huesos, que el clima y el horror, la negligencia y el abandono, hayan perdido, desaparecido el resto de su cuerpo? ¿Estará el alma, su espíritu, en sus restos incompletos? 

La tierra escondía este dolor, que no se cura, y cuando desenterraron sus cuerpos se encontraron con que no todos estaban, con la desarmonía, incluso algunos de ellos estaban tan deteriorados sus huesos que imposibilitó su identificación. Las explicaciones trataron de cubrir lo que no tiene explicación, la hora aproximada de la muerte, los daños en los cuerpos que provocaron los proyectiles y las esquirlas, explicaciones que se mezclaban con los recuerdos borrosos e intactos de quienes los vieron caer, herirse, huir o morir. 

El querer de la Fiscalía, la comunidad y el Comité de Víctimas permitió que los huesos fueran envueltos, no en esos materiales protocolarios, sino en telas blancas y quienes lo desearon pudieron atarles el cordón de San José con sus siete nudos para el descanse en paz, incluir las telas de colores para los bebés y niños, incluso hubo quien deseó vestir los huesos de su ser querido. 

Ocho ataúdes se entregaron vacíos. No han podido ser encontrados. Argemiro Mosquera, Diego Luis Córdoba, Estifinson Palacios, Fredy Urrutia, José Lorenzo Rentería, Juan Mosquera, Leiner Rentería y Saturnino Chaverra. En esas entregas les escribieron frases de despedida y desde entonces sus ataúdes se quedaron abiertos para significar su ausencia. 

Antes de proceder al entierro de los 100 ataúdes en Bellavista Nuevo, fue requerimiento cumplir con el protocolo de entrega, y durante cinco días, los equipos de la Fiscalía y Medicina Legal dieron las explicaciones científico técnicas a cada uno de los familiares, acompañados por el personal de la Unidad de Víctimas. Y especialmente, por los y las sabedoras, quienes acompañaron y guiaron espiritualmente el proceso. 

¿Cómo entender que un cuerpo puede terminar siendo sólo unos pocos huesos, que el clima y el horror, la negligencia y el abandono, hayan perdido, desaparecido el resto de su cuerpo? ¿Estará el alma, su espíritu, en sus restos incompletos? 

La tierra escondía este dolor, que no se cura, y cuando desenterraron sus cuerpos se encontraron con que no todos estaban, con la desarmonía, incluso algunos de ellos estaban tan deteriorados sus huesos que imposibilitó su identificación. Las explicaciones trataron de cubrir lo que no tiene explicación, la hora aproximada de la muerte, los daños en los cuerpos que provocaron los proyectiles y las esquirlas, explicaciones que se mezclaban con los recuerdos borrosos e intactos de quienes los vieron caer, herirse, huir o morir. 

El querer de la Fiscalía, la comunidad y el Comité de Víctimas permitió que los huesos fueran envueltos, no en esos materiales protocolarios, sino en telas blancas y quienes lo desearon pudieron atarles el cordón de San José con sus siete nudos para el descanse en paz, incluir las telas de colores para los bebés y niños, incluso hubo quien deseó vestir los huesos de su ser querido. 

Ocho ataúdes se entregaron vacíos. No han podido ser encontrados. Argemiro Mosquera, Diego Luis Córdoba, Estifinson Palacios, Fredy Urrutia, José Lorenzo Rentería, Juan Mosquera, Leiner Rentería y Saturnino Chaverra. En esas entregas les escribieron frases de despedida y desde entonces sus ataúdes se quedaron abiertos para significar su ausencia

Para los nueve bebés no nacidos, Albeiro Córdoba, Fredy Chaverra, Geimar Palacios, Heiler Martínez, Jorgelina Martínez, Juan Allín, Lizbeth Mariana Salas, Wendy Tatiana Córdoba y Willintong Mosquera, se introdujo junto a las familias un ángel de porcelana. No hay restos óseos que entregar. 

Y el dolor continuó para dos familias más. Las entregas simbólicas, la de Moisés Osorno Palacios, cuyo hermano también murió. Uno de ellos tenía dos años, el otro apenas 2 meses. Murió allí pero no hay rastro de su cuerpo. La otra entrega pertenece a María Rosa Mosquera, conocida como la Tita, murió por las lesiones en Vigía del Fuerte y su cuerpo fue enterrado en Quibdó, al tiempo la familia quiso llevarla al cementerio de Bellavista, allí la enterraron pero sin lápida ni cruz que marcase el lugar, por lo que no han podido encontrarla de nuevo.

Se dice que sólo al conversar volvemos visible lo oculto, y aunque no todas las preguntas de los familiares fueron resueltas, y todavía quedan muchas incongruencias por responder, el esfuerzo que determinadas personas con nombre y apellido han realizado para que esta entrega fuese posible permite pensar otro orden de las cosas, y aunque sin duda el Estado es el responsable de estas masacres y del abandono y la pérdida de miles de cuerpos en los cementerios del país, fue un personal concreto de la Fiscalía y Medicina Legal quienes los recuperaron. Cumplieron con su trabajo. Entre ellos, Óscar Hidalgo, el forense que murió de un paro cardiaco mientras estaba exhumando en el cementerio de Riosucio, en esta misma diligencia. De hecho, fueron las familias de las víctimas quienes le hicieron en estos días varios carteles de despedida, homenajeando su trabajo y buen hacer. 

El sábado 16 de noviembre fue la última explicación, esta vez a puerta abierta para todos, fue la explicación de la fosa 75, donde están los restos óseos que no han podido ser asociados a ninguno de los cuerpos identificados. Y que también serán por petición del Comité enterrados en el mausoleo.

Para los nueve bebés no nacidos, Albeiro Córdoba, Fredy Chaverra, Geimar Palacios, Heiler Martínez, Jorgelina Martínez, Juan Allín, Lizbeth Mariana Salas, Wendy Tatiana Córdoba y Willintong Mosquera, se introdujo junto a las familias un ángel de porcelana. No hay restos óseos que entregar.

Y el dolor continuó para dos familias más. Las entregas simbólicas, la de Moisés Osorno Palacios, cuyo hermano también murió. Uno de ellos tenía dos años, el otro apenas 2 meses. Murió allí pero no hay rastro de su cuerpo. La otra entrega pertenece a María Rosa Mosquera, conocida como la Tita, murió por las lesiones en Vigía del Fuerte y su cuerpo fue enterrado en Quibdó, al tiempo la familia quiso llevarla al cementerio de Bellavista, allí la enterraron pero sin lápida ni cruz que marcase el lugar, por lo que no han podido encontrarla de nuevo.

Se dice que sólo al conversar volvemos visible lo oculto, y aunque no todas las preguntas de los familiares fueron resueltas, y todavía quedan muchas incongruencias por responder, el esfuerzo que determinadas personas con nombre y apellido han realizado para que esta entrega fuese posible permite pensar otro orden de las cosas, y aunque sin duda el Estado es el responsable de estas masacres y del abandono y la pérdida de miles de cuerpos en los cementerios del país, fue un personal concreto de la Fiscalía y Medicina Legal quienes los recuperaron. Cumplieron con su trabajo. Entre ellos, Óscar Hidalgo, el forense que murió de un paro cardiaco mientras estaba exhumando en el cementerio de Riosucio, en esta misma diligencia. De hecho, fueron las familias de las víctimas quienes le hicieron en estos días varios carteles de despedida, homenajeando su trabajo y buen hacer. 

El sábado 16 de noviembre fue la última explicación, esta vez a puerta abierta para todos, fue la explicación de la fosa 75, donde están los restos óseos que no han podido ser asociados a ninguno de los cuerpos identificados. Y que también serán por petición del Comité enterrados en el mausoleo.

 

Pasados los días, llegó el momento de la velación hasta el amanecer, fue la noche del 17 al 18 de noviembre. Los ataúdes abandonaron el altar del auditorio cargados por el personal de la Cruz Roja, en homenaje a su labor de salvamento aquel 2 de mayo de 2002, junto con la Guardia Negra los llevaron hasta el polideportivo al aire libre. Un altar de madera construido para la ocasión será el lugar de su última despedida. Allí reposarán junto a la cruces de las fosas en las que permanecieron tantos años.

Pero antes de la velación, tuvo lugar el acto político en la mañana, se esperaba la presencia del Presidente Iván Duque, quien nunca llegó. Pero llegaron otras instituciones, organizaciones y embajadas a emitir sus discursos. Sólo para la ocasión, justo para las palabras ante el micrófono y la fotografía del momento. Y antes de que sean enterrados todos los muertos ya no estarán en Bellavista, igual que los periodistas y fotógrafos de los grandes medios de comunicación.

Curiosamente, o premeditadamente, ningún delegado de las instituciones estatales nombró la palabra justicia, parece ser que en entornos, con tanta barbarie y violencia, uno se debe de acostumbrar a que la justicia no se contemple ni a corto, ni a mediano plazo. 

También, fueron varios los miembros del Comité de Víctimas, quienes tomaron la palabra para expresar los desafíos que tienen por delante. Este no es el fin, insistieron. Y de nuevo la Diócesis de Quibdo, en resonancia con la primera Carta Abierta al Presidente (léase al final de la publicación), leída el 21 de abril del 2004, leyó una segunda Carta en la que alertó y denunció de la situación actual de violencia que se vive en el Chocó. La carta fue firmada por el Foro Interétnico Solidaridad Chocó, COCOMACIA, FEDEOREWA, Mesa Indígena del Chocó y la Diócesis de Quibdo.

Para cerrar el acto público y político de la mañana, fue la juventud de Bellavista, quien se apropió de su ceremonia al representar una obra de teatro con la que denunciaron la corrupción, los asesinatos y la presencia de los grupos armados, legales e ilegales, en sus territorios.

 

Pasados los días, llegó el momento de la velación hasta el amanecer, fue la noche del 17 al 18 de noviembre. Los ataúdes abandonaron el altar del auditorio cargados por el personal de la Cruz Roja, en homenaje a su labor de salvamento aquel 2 de mayo de 2002, junto con la Guardia Negra los llevaron hasta el polideportivo al aire libre. Un altar de madera construido para la ocasión será el lugar de su última despedida. Allí reposarán junto a la cruces de las fosas en las que permanecieron tantos años.

Pero antes de la velación, tuvo lugar el acto político en la mañana, se esperaba la presencia del Presidente Iván Duque, quien nunca llegó. Pero llegaron otras instituciones, organizaciones y embajadas a emitir sus discursos. Sólo para la ocasión, justo para las palabras ante el micrófono y la fotografía del momento. Y antes de que sean enterrados todos los muertos ya no estarán en Bellavista, igual que los periodistas y fotógrafos de los grandes medios de comunicación.

Curiosamente, o premeditadamente, ningún delegado de las instituciones estatales nombró la palabra justicia, parece ser que en entornos, con tanta barbarie y violencia, uno se debe de acostumbrar a que la justicia no se contemple ni a corto, ni a mediano plazo.

También, fueron varios los miembros del Comité de Víctimas, quienes tomaron la palabra para expresar los desafíos que tienen por delante. Este no es el fin, insistieron. Y de nuevo la Diócesis de Quibdo, en resonancia con la primera Carta Abierta al Presidente (léase al final de la publicación), leída el 21 de abril del 2004, leyó una segunda Carta en la que alertó y denunció de la situación actual de violencia que se vive en el Chocó. La carta fue firmada por el Foro Interétnico Solidaridad Chocó, COCOMACIA, FEDEOREWA, Mesa Indígena del Chocó y la Diócesis de Quibdo.

Para cerrar el acto público y político de la mañana, fue la juventud de Bellavista, quien se apropió de su ceremonia al representar una obra de teatro con la que denunciaron la corrupción, los asesinatos y la presencia de los grupos armados, legales e ilegales, en sus territorios.

Pasada la tarde, las familias fueron volviendo al polideportivo para acompañar en la noche a sus muertos, para cuidarlos, para velarlos. Y junto a ellas, los y las alabadoras de Puerto Conto, Bellavista y Pogue. Todas juntas cantaron alabados para los adultos y gualis y chigualos para los niños y niñas. Por lo general, los alabaos son un canto triste que siente dolor, pero para los niños que como ángeles mueren sin pecado, su partida es alegre, por eso los cantos se entonan desde la alegría y se les baila. En este caso, después de tantos años, no pudieron abrazar, arrullar sus cuerpos muertos, pero pudieron cargar sus ataúdes blancos y bailarlos. 

Con la fuerza de la tradición no dejaron de cantar. De compartir el dolor. E igual que en Pogue, se jugó a las cartas y al dominó. Pasadas las tres, las cuatro, las cinco de la mañana, el llanto se hizo cada vez más presente. Al igual que el sentimiento de dolor, de tristeza y también de rabia por tanta muerte. Amaneció, y con la luz del día, comenzó la eucaristía que trató de aunar a los familiares que procesan distintos cultos, católicos y evangélicos.

Al terminar, cada familia, recibió el ataúd de su ser querido para llevarlo a enterrar al mausoleo. Y en esos momentos de entierro fue cuando el dolor rasgó los cuerpos que gritaban y lloraban por sus víctimas. Es el doloroso instante en el que la lápida se posa sobre el ataúd. Los dos últimos que se depositaron, ya de noche sin luz, fueron los de la Fosa 75.  

Pasada la tarde, las familias fueron volviendo al polideportivo para acompañar en la noche a sus muertos, para cuidarlos, para velarlos. Y junto a ellas, los y las alabadoras de Puerto Conto, Bellavista y Pogue. Todas juntas cantaron alabados para los adultos y gualis y chigualos para los niños y niñas. Por lo general, los alabaos son un canto triste que siente dolor, pero para los niños que como ángeles mueren sin pecado, su partida es alegre, por eso los cantos se entonan desde la alegría y se les baila. En este caso, después de tantos años, no pudieron abrazar, arrullar sus cuerpos muertos, pero pudieron cargar sus ataúdes blancos y bailarlos. 

Con la fuerza de la tradición no dejaron de cantar. De compartir el dolor. E igual que en Pogue, se jugó a las cartas y al dominó. Pasadas las tres, las cuatro, las cinco de la mañana, el llanto se hizo cada vez más presente. Al igual que el sentimiento de dolor, de tristeza y también de rabia por tanta muerte. Amaneció, y con la luz del día, comenzó la eucaristía, que trató de aunar a los familiares que procesan distintos cultos, católicos y evangélicos. 

Al terminar, cada familia, recibió el ataúd de su ser querido para llevarlo a enterrar al mausoleo. Y en esos momentos de entierro fue cuando el dolor rasgó los cuerpos que gritaban y lloraban por sus víctimas. Es el doloroso instante en el que la lápida se posa sobre el ataúd. Los dos últimos que se depositaron, ya de noche sin luz, fueron los de la Fosa 75.

 

Ojalá ahora puedan descansar en paz. Aunque sea los muertos, porque a los vivos, la muerte acecha.

Ojalá ahora puedan descansar en paz. Aunque sea los muertos, porque a los vivos, la muerte acecha.

* * *

LAS MASACRES SON IRREPARABLES

* * *
LAS MASACRES SON IRREPARABLES 

Las masacres son irreparables y por lo tanto todo intento de clausura está condenado al fracaso. Muchos titulares y consignas de estos días aludían al cierre del duelo, el punto final. Pero, ¿se puede, cuando en Bojayá el riesgo a una nueva masacre es inminente?

Los grupos armados nunca se fueron del territorio, y a pesar de que algunos se fueron acogiendo a las diferentes negociaciones de paz, actualmente el ELN y los grupos paramilitares se han fortalecido militarmente en la región. Entonces, ¿cómo podrán “descansar en paz”, los muertos y los vivos, con tanta violencia a su alrededor? 

Dicen que a la violencia uno se acostumbra, pero más bien se sobrevive a ella, porque está demasiado presente en todas sus formas en la vida cotidiana. Así, en Bojayá, los cortes de luz son muy frecuentes, dada la elevada corrupción y venta del ACPM que llega a las comunidades para sus plantas municipales. Tampoco hay buenas instalaciones hospitalarias y muchos pueblos, como Bellavista, no tienen acueducto que funcione. Moverse por el río es demasiado costoso. Apenas hay oportunidades de trabajo. Estudiar para los jóvenes es un privilegio que requiere irse y muchas son las familias que debido a la violencia de los grupos armados ni siquiera pueden ir a sus fincas para seguir cultivando. La pesca se redujo y el nivel de contaminación de los ríos es alarmante por la presencia entre otros factores, de la minería ilegal. 

Algún día el Estado deberá reconocer esta larga memoria de la violencia en el Chocó. 

Mientras tanto, entregaron 100 ataúdes. Cumplieron con el derecho de los familiares de poder enterrar a sus muertos. Fue sanador. Pero, ¿qué sucede con las otras víctimas, las de antes de la masacre? y ¿con las que vendrán después?

Las masacres son irreparables y por lo tanto todo intento de clausura está condenado al fracaso. Muchos titulares y consignas de estos días aludían al cierre del duelo, el punto final. Pero, ¿se puede, cuando en Bojayá el riesgo a una nueva masacre es inminente?

Los grupos armados nunca se fueron del territorio, y a pesar de que algunos se fueron acogiendo a las diferentes negociaciones de paz, actualmente el ELN y los grupos paramilitares se han fortalecido militarmente en la región. Entonces, ¿cómo podrán “descansar en paz”, los muertos y los vivos, con tanta violencia a su alrededor?

Dicen que a la violencia uno se acostumbra, pero más bien se sobrevive a ella, porque está demasiado presente en todas sus formas en la vida cotidiana. Así, en Bojayá, los cortes de luz son muy frecuentes, dada la elevada corrupción y venta del ACPM que llega a las comunidades para sus plantas municipales. Tampoco hay buenas instalaciones hospitalarias y muchos pueblos, como Bellavista, no tienen acueducto que funcione. Moverse por el río es demasiado costoso. Apenas hay oportunidades de trabajo. Estudiar para los jóvenes es un privilegio que requiere irse y muchas son las familias que debido a la violencia de los grupos armados ni siquiera pueden ir a sus fincas para seguir cultivando. La pesca se redujo y el nivel de contaminación de los ríos es alarmante por la presencia entre otros factores, de la minería ilegal.

Algún día el Estado deberá reconocer esta larga memoria de la violencia en el Chocó. 

Mientras tanto, entregaron 100 ataúdes. Cumplieron con el derecho de los familiares de poder enterrar a sus muertos. Fue sanador. Pero, ¿qué sucede con las otras víctimas, las de antes de la masacre? y ¿con las que vendrán después?

Entre tanta muerte, barbarie e impunidad, nos obligaron a acostumbrarnos a que la justicia no existe en estos territorios, que el dinero debiera reparar el dolor y que la violencia es ya parte de la cotidianidad.

Sin quererlo nos acostumbraron a la amenaza cuasi perpetua pero con la que convivimos. Un estado de saturación, de exceso, de domesticación, de necesidad de que algo cambie por fin. De que algo suceda, para que nadie se vea obligado a desenterrar a sus muertos, para volverlos a enterrar. Para que nadie tenga que seguir buscando, esperando, el cuerpo muerto de su ser querido. 

Mientras tanto, la noche de la última velación a los muertos, entre las sombras y las luces de las velas, las alabadoras no sólo les cantaron a ellos, sino a todo un país:  

“Para siempre se han perdido, los vamos a recordar. 
Esta masacre tan grande que ocurrió aquí en Bojayá. 

Ya llegó la Fiscalía y Medicina Legal,
haciéndole la custodia y los puedan enterrar.

Los señores de la prensa que no dejen de filmar.
Le digan al presidente que esto aquí no va acabar. 

Que con los ojos aguados aquí lo vamos a esperar.
Y los que no han aparecido continúen a buscar.”

Entre tanta muerte, barbarie e impunidad, nos obligaron a acostumbrarnos a que la justicia no existe en estos territorios, que el dinero debiera reparar el dolor y que la violencia es ya parte de la cotidianidad.

Sin quererlo nos acostumbraron a la amenaza cuasi perpetua pero con la que convivimos. Un estado de saturación, de exceso, de domesticación, de necesidad de que algo cambie por fin. De que algo suceda, para que nadie se vea obligado a desenterrar a sus muertos, para volverlos a enterrar. Para que nadie tenga que seguir buscando, esperando, el cuerpo muerto de su ser querido.

Mientras tanto, la noche de la última velación a los muertos, entre las sombras y las luces de las velas, las alabadoras no sólo les cantaron a ellos, sino a todo un país:

 

“Para siempre se han perdido, los vamos a recordar.
Esta masacre tan grande que ocurrió aquí en Bojayá.

Ya llegó la Fiscalía y Medicina Legal,
Haciéndole la custodia y los puedan enterrar.

Los señores de la prensa que no dejen de filmar.
Le digan al presidente que esto aquí no va acabar.

Que con los ojos aguados aquí lo vamos a esperar.
Y los que no han aparecido continúen a buscar.

BOJAYÁ / Recorridos por la Tierra Herida / Escritura: Laura Langa Martínez / Fotografía y video: Ariel Arango Prada / Entrelazando 2019

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